
Hoy quiero hablaros de la humildad. Y más concretamente de la humildad ligada a nuestra felicidad. Y diréis, ¿qué tendrá que ver la humildad con la felicidad? Pues de eso es de lo que quiero hablaros. ¿Creéis que hace falta ser humilde para ser feliz?
Yo nunca me había planteado esto. De hecho hacía muchos años que no me planteaba nada. A veces evitamos reflexionar sobre ciertos temas, es más fácil porque sabemos que las conclusiones no nos van a gustar.
El término humildad tiene varias acepciones, podemos entender como persona humilde al pobre o al sumiso, pero también entendemos al humilde como aquél que es capaz de restar importancia a sus logros y virtudes reconociendo sus errores. Entenderíamos entonces la humildad como la virtud para asumir nuestras propias debilidades y limitaciones.
A veces confundimos la humildad con la debilidad o falta de carácter. Y vemos la soberbia como signo de fortaleza. Nada más lejos de la verdad. Hay que ser muy valiente para reconocer que te has equivocado, y pedir perdón si hace falta. El soberbio que no reconoce que se ha equivocado, que no asume sus errores y no sabe pedir perdón en el fondo es un cobarde.
Albert Einstein dijo: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”.
Pero a veces, nos creemos tan listos y tan autosuficientes que nos empeñamos en hacer una y otra vez lo mismo, para no reconocer nuestro error. Hace algún tiempo yo me encontré en una situación de estas.
Lo curioso es, que cuando por fin admití mis fracasos y mis errores, en una derrota honesta conmigo misma, y no por voluntad propia sino por necesidad emocional, también vi, con mayor claridad mis fortalezas. Tuve que superar la vergüenza, la culpa y el orgullo. Aceptar nuestros errores no es fácil, es muy difícil pero el resultado merece la pena. Porque el resultado, es la autoaceptación, reconocer que no somos perfectos, que la perfección no existe, que tienes derecho a caerte, que puedes levantarte y que hay un montón de gente a tu lado dispuesta a ayudarte, deseosa de ayudarte.
Este es el punto de partida, necesario si deseamos una transformación en nuestras relaciones con los demás, pero sobre todo con nosotros mismos.
Somos humildes cuando valoramos a los demás, cuando escuchamos y estamos dispuestos a aprender de ellos.
Somos humildes cuando reconocemos nuestros fallos pero también nuestras fortalezas. No para sentirnos superiores a los demás sino para ponerlas a su servicio.
Somos humildes cuando somos nosotros mismos, sin máscaras ni disfraces, sin sentirnos ni superiores ni inferiores, respetando a los demás pero también a nosotros mismos.
Somos humildes cuando sabemos aceptar una crítica, aprendiendo de las constructivas, y rechazando las injustificadas.
Somos humildes cuando aceptamos los fallos de los demás, entendiendo que nadie es perfecto.
Somos humildes, cuando reconocemos que nos queda mucho por aprender.
Si pensamos en la humildad desde este punto de vista nos daremos cuenta que la humildad es lo que nos permite crecer como personas. Solo si reconocemos que tenemos errores podremos hacer algo para cambiarlos. Y avanzo un paso más, podremos aprender de ellos para hacer las cosas de forma diferente. Esto implica apertura de mente, implica que podamos pedir consejo, aceptar otras ideas porque no pensaremos que solo nosotros tenemos la razón.
Si la humildad, nos permite aceptarnos como somos, aprender de nuestras experiencias y de las personas que nos rodean, entonces es verdad que la humildad nos puede acercar un poco más a la felicidad.
A mí la humildad me llevó al autoconocimiento, me enseñó cosas de mi que no conocía, buenas y malas, y de alguna forma le dio un sentido a mi vida. Me enseñó a disfrutar del momento, y me hizo pensar en la felicidad. ¿Qué es la felicidad? Para mí la Felicidad es una actitud, una actitud que sin humildad no es posible.
Y vosotros ¿qué pensáis?